La plaza de los creadores libres, otras vías para la gestión cultural

JPG - 110.8 KBVirginia Fernández / Diagonal Web

Los empeños de la industria cultural y sus entidades de gestión, sacudidos por los últimos acontecimientos, palidecen frente a otras propuestas de gestión más acordes con los tiempos.
 
Los profesionales de la cultura están invitados al debate y a la reflexión en el seno mismo de la comunidad de creadores que hasta el momento se ha visto mermada en parte por posturas empresariales arcaicas e inamovibles en lo referente a la gestión de los derechos de autor. 


La manera de abordar estos derechos varía según el ámbito de acción en el que se mueven los artistas, a sabiendas de que todo modelo de gestión y difusión siempre puede mejorar. Todos ellos están de acuerdo a la hora de afirmar que lejos de pensamientos utópicos, una manera diferente de hacer y difundir la cultura es posible. En esta revolución, la horizontalidad tiene por objetivo una mayor difusión de los contenidos, así como una relación más cercana entre los creadores y su público.

La digitalización ha hecho posible que la implicación de las y los creadores a la hora de difundir sus propuestas permita ofertar distintos modelos de cultura libre, según las exigencias y las necesidades de cada cual. El cambio es ya una realidad y muchos apuestan por una sociedad donde el valor añadido lo aportan aquellos que piensan en difundir y compartir su obra de forma acorde con los nuevos tiempos que corren.

En la actualidad, las licencias creative commons permiten ofrecer “una versión matizada” del copyright, haciendo posible que los derechos exclusivos y reservados por parte del autor puedan cederse en parte al público, en diferentes grados. En ese sentido, existen hasta seis tipos de licencias, que permiten al creador escoger en qué condiciones desea difundir su obra.
Blas Garzón, de la editorial Traficantes de Sueños, afirma que pese a que las licencias creative commons no contravienen los derechos de autor y posibilitan combinar el copyright y el copyleft, existe todavía una gran reticencia por parte de la mayoría de las editoriales, causada en parte por el miedo a la gran transformación que ha supuesto la misma experiencia en el sector audiovisual y musical. Asimismo, otro de “los frenos” al cambio procede del miedo a que la cesión de derechos se ve ligada frecuentemente a lo que las editoriales suelen entender como “piratería”.

Paradójicamente, “el bloqueo que está ejerciendo la industria editorial” en este momento, a la espera de posicionarse en el mercado digital, está favoreciendo la copia de libros por parte de los lectores, que están organizándose por su cuenta. El bloqueo se produce de diversas maneras, entre ellas a través del precio al que se ofertan los libros digitales en plataformas on line. Ése es el caso de Libranda, la mayor plataforma de distribución y difusión de libros electrónicos en español, que vende el nuevo formato a tan sólo unos euros por debajo de los ejemplares en papel. Algo que los lectores consideran incomprensible, teniendo en cuenta el ahorro de costes que supone la digitalización de contenidos.


Compromiso y cooperación
El dibujante Miguel Brieva, que publica sus trabajos con la editorial Mondadori con licencias creative commons, alude a la necesidad de un compromiso por parte de las y los autores y a la necesidad de un cambio de concepto empresarial, ante la llegada de lo inevitable. Según su opinión, los principales obstáculos proceden de “la inercia generada en torno al gran negocio en el que se ha convertido la cultura”.

Las nuevas maneras de difundir este tipo de creaciones dejan al descubierto que la calidad y la variedad no se ven afectadas, y demuestran que la creación vive uno de sus mejores momentos.

Lejos de lo que quieren hacer creer las industrias culturales o instituciones como la SGAE, que se sienten amenazadas por las nuevas formas de difusión, “estamos asistiendo a una verdadera revolución cultural en la red”, afirma Brieva, lo que a su juicio contrasta con la mala calidad de la oferta de aquellos artistas que usan los medios de difusión tradicionales.

Los artistas que han ido creando sus propios espacios de colaboración, han visto como este sistema de difusión ha generado nuevas formas de concebir el arte, así como comunidades de artistas y profesionales que debaten cómo mejorar la manera de concebir esta nueva realidad cultural. Esta situación está haciéndonos repensar qué significa la cultura y qué factores sociales están impulsando el cambio. El espíritu comunitario está cada vez más presente en la red, una plaza de diálogo, que bien utilizada puede generar progreso para el conjunto de sus miembros.

“Las nuevas generaciones no tienen nada que perder”, afirma Brieva, y por eso no dudan en apostar por estos nuevos canales, en los que priman los valores que conllevan una nueva producción colaborativa, más allá de lo meramente lucrativo.


Pioneros en lo audiovisual
De esta manera, en el sector audiovisual han surgido, por ejemplo, proyectos innovadores como El cosmonauta, un largometraje de ciencia ficción de Riot Cinema Collective, producido mediante financiación a través de microdonaciones (crowdfunding) y licencias creative commons, que comparte a través de la red el proceso de creación y rodaje de la película. Surgió como un cortometraje en el año 2008 y desde entonces el proyecto no ha dejado de crecer.

“La principal ventaja es que hemos creado una comunidad alrededor de una película que todavía no se ha estrenado. Nos ha permitido tener un público fiel antes de rodar la película”, afirma Blanca Balanzó, que forma parte del equipo y que junto con otros compañeros se ocupa de la difusión y promoción del proyecto en internet.

Según Balanzó, las licencias creative commons generan a su vez nuevas obras que no desvirtúan el trabajo original y permiten que el conocimiento avance. El único inconveniente al que hace referencia es no haber sabido hasta el final con qué dinero contarían para rodar, pero todo fue mejor de lo que esperaban.


Implicación de instituciones
Más allá de las convicciones políticas, ideológicas y culturales evidentes que llevan a los profesionales de la cultura a adoptar licencias creative commons, también existe un componente de carácter práctico. César Rendueles, adjunto a la dirección del Círculo de Bellas Artes y fundador del proyecto cultural Ladinamo, opina que las licencias restrictivas tradicionales obstaculizan muchas veces y ralentizan la gestión de proyectos culturales, debido a las dificultades para localizar a los propietarios de los textos o piezas audiovisuales. Tal es el caso de la exposición de Walter Benjamin, en el Círculo de Bellas Artes, que supuso un año de gestión para poder sacarla adelante.

Rendueles se refiere a la necesidad de agilizar procesos y también reconoce que echa de menos en ese sentido una mayor implicación por parte de instituciones y centros culturales en todos estos procesos, lo que a su parecer supondría “un giro radical” en el debate abierto sobre cómo potenciar una cultura pública y accesible.


600 FIRMAS PARA UN CAMBIO EN LA DERIVA DE LA CULTURA
Más de 600 personas han firmado ya el Manifiesto de trabajadores de la cultura y el conocimiento por otro modelo de gestión de los derechos de autor, impulsado por distintas personas y recogido en la página de la Asociación Cultural Ladinamo. El manifiesto plantea el necesario debate sobre la retribución de las personas que trabajan en el ámbito de la cultura, así como se pregunta por las formas de apoyo público a la creación, toda vez que la SGAE “privilegia a una oligarquía de estrellas mediáticas a costa de la gran masa de los trabajadores de la cultura y el conocimiento” como se indica en el manifiesto. El texto, que está estructurado en diez puntos, tiene como objetivo promover un debate público amplio, partiendo de la base de que es erróneo criminalizar a gran parte de la sociedad por las descargas de contenidos. “Ni el Ministerio de Cultura, ni la clase política, ni las entidades de gestión, ni las asociaciones profesionales pueden seguir encargándose de la gestión de esta situación”, explica el manifiesto, que apuesta por la búsqueda de nuevas fórmulas para gestionar los derechos de autor.


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