Participación Ciudadana en tiempos de crisis (o “como promoverla sin un puñetero euro”)

Fernando de la Riva en ParticipaSión

La Participación Ciudadana forma, junto con Cultura, Juventud y Mujer, un grupo de áreas de actuación que parecen considerarse las “marías” de las políticas públicas. Aquellas –de menor importancia y bajo perfil político- para las cuales no se precisa una especial cualificación de sus responsables políticos, las que –casi- puede gestionar cualquiera, por lo general quienes ocuparon los últimos lugares de las listas electorales.

Son consideradas “políticas de vacas gordas”, o sea, se desarrollan cuando los presupuestos públicos están saneados, cuando ya están cubiertas básicamente las necesidades ciudadanas en aquellos campos que se consideran “fundamentales”: las infraestructuras, los equipamientos, los servicios sociales…
Así que cuando llega la crisis económica y financiera, cuando se produce el colapso de la tesorería de las administraciones públicas y hay que recortar como sea los presupuestos de gastos, la dotación económica de estas áreas de actuación, por lo general ya bastante limitada, queda reducida a algo meramente testimonial.


Aunque también es de justicia reconocer que, en muchos casos, el impacto de estos recortes es prácticamente invisible: salvo en lo que se refiere a las subvenciones destinadas a las asociaciones y colectivos sociales, las políticas de Participación Ciudadana suelen tener una escasa repercusión en la vida de muchos municipios.

Y es que, a menudo, la concepción de la Participación Ciudadana es “ornamental”, decorativa, muy superficial. Su objetivo no es avanzar en la profundización de una democracia participativa, repartir y compartir el poder, implicando de forma activa a la ciudadanía en la gestión de lo público. Por el contrario, muchas veces, persiste entre los gestores políticos un miedo profundo –pre-democrático, diría- a la Participación Ciudadana, al pensamiento crítico, a la voz y el voto de la ciudadanía.

Se prefiere el silencio, la lealtad mal entendida, la sumisión, y se cultivan estrategias clientelares dirigidas a reforzar la subordinación y la dependencia del tejido asociativo, y asegurarse así  la “adhesión inquebrantable” (de resabios franquistas) de las asociaciones y colectivos ciudadanos.

Claro que, aunque solo sea “para que no se diga”, es raro el ayuntamiento en nuestro país que no cuenta con un reglamento de Participación Ciudadana, más allá de que en muchos casos no se ponga nunca en práctica.

La paradoja de tal descuido es que, especialmente en las situaciones de crisis social como la que vivimos, la Participación Ciudadana tiene una importancia estratégica. Ante las necesidades sociales que se multiplican (desempleo y exclusión social, medioambientales, de valores, convivenciales, etc.) la existencia de un tejido social tupido, de una sociedad articulada, bien organizada, con iniciativa… se convierte en una diferencia sustantiva, en una condición fundamental para ganar el futuro. Necesitamos una ciudadanía fuerte, capaz de contribuir al esfuerzo colectivo, a la búsqueda y puesta en marcha de las respuestas adecuadas a los retos y problemas de nuestro tiempo.

Y, además, para completar este escenario, vivimos un momento histórico de profundos cambios sociales, estamos en pleno “cambio de era” en el que se hace más visible la obsolescencia de las viejas soluciones, el desajuste de las formas tradicionales de pensar y hacer, que nos obligan a “reinventar” todas las estructuras de nuestra sociedad: las estructuras administrativas y políticas, las empresas y formas de producción y consumo, y también las formas de organización social y los propios movimientos sociales.

Así que somos muchas las personas que pensamos que, ahora más que nunca, es el tiempo de la Participación Ciudadana, de la apuesta por la democracia participativa, de la construcción de una sociedad relacional basada en la participación activa y la cooperación entre todos los actores sociales. No están los tiempos para desaprovechar la inteligencia colectiva, para menospreciar la iniciativa social, para desechar la creatividad comunitaria, para minimizar la Participación Ciudadana.

Pero… ¿cómo promover la Participación Ciudadana en tiempo de vacas flacas, con todos los pretextos para justificar el recorte de las políticas que dan voz y poder a la ciudadanía? ¿Qué podemos hacer sin un p… euro y sin disparar los miedos?

Las que siguen son algunas pistas metodológicas para quienes –desde el compromiso y el entusiasmo- quieren seguir trabajando por la Participación Ciudadana en un entorno y un momento poco favorables:
  • Apostar por los COMOS, frente a los QUÉS. Las políticas de Participación Ciudadana no tienen que ver tanto con QUÉ nuevas actividades hacemos, sino sobre todo con COMO hacemos nuestras actividades habituales. La clave no es llevar a cabo nuevas iniciativas (aunque no dejemos de hacerlo) sino promover la escucha, el diálogo, la información, la consulta… el protagonismo activo de los ciudadanos y las ciudadanas en el desarrollo de todas las políticas, sean estas cuales sean. Se puede planear una nueva plaza, o programar las próximas fiestas, o planificar la recogida de basuras, o decidir las actividades de los centros cívicos, etc., sin contar con la gente o contando con ella. Participación Ciudadana es, por encima de cualquier otra estrategia, contar con la gente.
  • Estimular la iniciativa colectiva. Hablamos de todas las iniciativas –en cualquier ámbito temático o de actuación (no hay temas “menores”)- promovidas por los grupos y colectivos sociales, formales e informales, que componen la comunidad. Prestarles apoyo, asesoramiento, acompañamiento. Facilitarles información, relaciones, contactos… que les ayuden a lograr sus objetivos. Muchas de esas iniciativas alcanzarán sus metas, o se aproximarán a ellas, o se reconvertirán sobre la marcha… Todas ellas, incluso cuando no consigan sus fines iniciales, serán experiencias de aprendizaje que fortalecerán las competencias y capacidades participativas de los distintos grupos y actores sociales.
  • Favorecer y facilitar el encuentro. Promover el encuentro entre ciudadanos y ciudadanas, entre los colectivos y la ciudadanía, entre los propios colectivos sociales, entre colectivos sociales y técnicos/as municipales, entre la ciudadanía y los gestores políticos, etc., etc. En los tiempos que vivimos se hacen estratégicamente fundamentales los momentos y espacios de conocimiento mutuo, de intercambio de ideas y experiencias, de reflexión colectiva… sin predeterminar sus resultados. Todos los encuentros –más allá de las conclusiones que produzcan- servirán, como mínimo, para tejer nuevas conexiones y redes, para sembrar nuevas ideas y alimentar proyectos futuros.
  • Favorecer la escucha. Promover la comunicación y el diálogo, sí, pero sobre todo la escucha. Una escucha activa, basada en la empatía y el respeto mutuo. Poniéndose en el lugar del otro. Escucha en todos los niveles y direcciones: entre entidades, entre departamentos municipales, del ayuntamiento hacia la ciudadanía, de la ciudadanía hacia el ayuntamiento. Frente a un pasado excesivamente cargado de discursos, un presente fundamentalmente centrado en la escucha mutua.
  • Promover la “cuidadanía. O sea, una ciudadanía basada en el cuidado del otro, en una cultura del respeto y la revalorización de la diversidad. Incorporar la sensibilidad, los sentimientos y las emociones a la dinámica de la acción comunitaria. Combatir la tendencia al endurecimiento de los órganos de participación, su deriva hacia una excesiva institucionalización y formalización que los hace cada vez más rígidos, menos flexibles. Favorecer el conocimiento interpersonal y el desarrollo de vínculos relacionales entre los actores –las personas- que intervienen en los procesos comunitarios.
  • Mejorar la comunicación y la información, profundizar en la transparencia. Sin información, sin comunicación no hay participación posible. La comunicación sigue siendo un elemento clave para la Participación Ciudadana, su condición primera. Pero, para que no se convierta en un instrumento de manipulación, la información ha de ser fiable, no ha de tener “zonas opacas”, ha de basarse en la confianza mutua y por lo tanto en la transparencia.
  • Estimular la apropiación social de las TIC. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación son, también, una pieza importante en los procesos de innovación de la Participación Ciudadana, y no solo ni fundamentalmente por lo que suponen de incorporación de nuevas herramientas –y, en consecuencia, de desarrollo de nuevas habilidades instrumentales- sino sobre todo por lo que implican de cambio en las mentalidades, en los viejos marcos conceptuales y de incorporación de nuevos valores inherentes a las TIC: la cooperación, la construcción y gestión colectiva, la cultura colaborativa.
  • Potenciar las redes invisibles, internas y externas. Las redes invisibles son aquellas que funcionan –ya lo están haciendo- a partir de las relaciones interpersonales, que no son formales ni se institucionalizan pero conectan en la práctica a múltiples actores sociales. Fortalecer la coordinación informal, el apoyo mutuo entre servicios y departamentos municipales, con y entre las entidades sociales… Tejer redes informales de complicidad entre los distintos sujetos de la Participación Ciudadana.
  • Contaminar de participación ciudadana el resto de las políticas municipales. No hace falta, siquiera, llamarlo “Participación Ciudadana”, para no asustar. Pero si que podemos facilitar el desarrollo de proyectos y procesos de otras áreas municipales (servicios sociales, medioambiente, urbanismo, infraestructuras, cultura, festejos, juventud, mujer, mayores…) mediante el apoyo, el asesoramiento, la información sobre la realidad, el acompañamiento, facilitando el contacto con los actores sociales, con la ciudadanía de los distintos territorios.
  • Favorecer, multiplicar la interlocución y la mediación. Servir de enlaces, mediar, favorecer el diálogo, el conocimiento mutuo, la conexión… acercar posiciones, contribuir a la construcción de lenguajes comunes, trasladar -en un doble sentido- las visiones, necesidades e intereses de las distintas partes, de los distintos actores que intervienen en la Participación Ciudadana.
Todas estas líneas de acción pueden resumirse en dos, que son particularmente importantes:
  • Potenciar la reflexión. En los tiempos de confusión e incertidumbre que vivimos, cuando enfrentamos el desafío de reinventar las formas de la participación social, las organizaciones sociales, pero también las formas de gestión de lo público, las administraciones, se hace más necesaria que nunca la reflexión colectiva, abierta, innovadora, sin vetos ni tabúes…
  • Multiplicar los aprendizajes. No hay cambio posible sin nuevos aprendizajes, sin nuevos valores, sin nuevos conocimientos, sin nuevas capacidades y habilidades, personales y colectivas. Todo ello se traduce en aprendizaje, requiere multiplicar todas las formas de formación (aunque no lo llamemos “formación”), de educación para la participación. Se trata de poner a nuestras instituciones y organizaciones en “estado de aprendizaje”.
Fernando de la Riva
Colectivo de Educación para la Participación, CRAC

(Estas notas son deudoras de la reflexión colectiva con técnicas y técnicos municipales del Ayuntamiento de Córdoba, en un curso sobre Participación Ciudadana realizado en junio de 2012, dinamizado por el autor)

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