El poder de las cosquillas: tribu Zo´é


"Cuando, excepcionalmente, surge una tensión, se atrapa sin brutalidad a los protagonistas y se les inmoviliza en el suelo. A continuación, una mujer es la encargada de hacerle cosquillas en la barriga. Todo termina en una carcajada general"  

Nicolas Hulot, escritor. Una antropologa en la luna



Sólo hace 20 años que supieron de nuestra civilización. Y no les interesa. Escondidos en la selva amazónica viven los Zo'é, donde no existen las jerarquías y todo se comparte en total complicidad con la naturaleza. No sabemos si el escritor y viajero Nicolas Hulot pensó en el "buen salvaje" cuando describió lo que vio y sintió en su estancia allí. Pero seguro que se acordó de la destrucción horrible de su hogar y el hogar de miles de otros grupos humanos, que en nombre de acabar con el mito ingenuo de Rousseau, destruyen la Amazonia.

Zo´é significa ‘nosotros’. Van desnudos. Y yo, que voy vestido, en medio de ellos me siento violento. Viven desnudos, los cuerpos son bellos, llevan la piel poco escarificada y raramente con heridas. (Se pasan el día bañándose y limpiándose, con una especie de jabón que extraen de diversas hojas. El “poturu”, así llamado por la madera del que está hecho, es un palo que atraviesa su labio inferior y que empieza a usar a los siete años las niñas y a los nueve los niños. Es una marca estética y un símbolo étnico, aunque desconocen su origen. Las mujeres también se adornan con diademas de plumas blancas). Con todo, el ego no tiene cabida, cada uno se muestra tal como es.

Sentado con los pies en el agua, miro a los niños jugar en el río, rodeados de un jardín infinito. Una alegre algarabía que se mezcla con el murmullo sutil de la cascada. Uno de los niños me tiende una piña silvestre, recogida al lado mismo. Una anciana espléndida, con el cuerpo reluciente y rojo, untado con una sustancia vegetal, entona un canto ritual meciendo a un bebé. Sobre sus hombros, un mono minúsculo. Un hombre de mirada dulce y profunda se balancea en su hamaca. Con su mano ahuecada contra su oído, la acompaña marcando el ritmo. Más lejos, un grupo de ágiles cazadores, arco en mano, sigue el rastro de pecarís, unos cerdos salvajes. Las mujeres corren atropelladamente para atrapar a los cerditos, a los que criarán con mimo. Aguas abajo, unos jóvenes retuercen y prensan una planta sobre el agua para extraer una savia que, al absorber el oxígeno, atonta a los peces. Maravillado, observo la plenitud de la vida humana.

Desde hace más de treinta años no he dejado de explorar todos los horizontes del mundo y creo haberme cruzado o codeado con buena parte de la humanidad. Aunque ni mucho menos estoy hastiado, la visión de un indígena ya no me causa impresión alguna. Sin embargo, mi encuentro con los indios zo´é me causó una auténtica tormenta mental. Nunca antes ciertas verdades se me habían aparecido de forma tan evidente. Como si, de forma instintiva, nos entregaran un último mensaje de razón y sabiduría. Viviendo en su universo, se me aparecían todos los excesos de nuestra civilización.

En algún lugar en el norte de la selva amazónica, en el Estado de Pará, se encuentran los zo´é. Con los zo´é contactamos en los años ochenta. En 1991 sólo eran 133 tras esos primeros contactos. Los FUNAI, la administración responsable de los indios de Brasil, vela por ellos. Desde hace poco, su avioneta aterriza de vez en cuando llevando un médico para los cuidados esenciales. Es la única y modesta contribución del otro mundo para apoyar el crecimiento demográfico de este pueblo puesto en peligro por las nuevas patologías. Joao, el jefe de la misión FUNAI, vela por su integridad geográfica y cultural, y su obsesión es que sigan siendo dueños de su destino y que nada ni nadie influya en el transcurso de su vida.

Lo primero que acude a la mente cuando se nombra el término civilización es cierta redondez, cierta ternura materna. Dulzura, calma y medida. La necesidad carece de ley. La experiencia merece el respeto. El saber se transmite sin exclusividad ni limitación, es un bien colectivo, la herencia que une a los de ayer, los de hoy y los de mañana. Las preciadas claves innatas para vivir y sobrevivir en la selva. No tienen jefe ni chamán, no existe autoridad ni organización jerárquica. Respetan de forma natural a los ancianos, que realizan rituales de purificación. Tampoco conciben una estructura familiar cerrada. La poligamia y la poliandria son las bases de la relación familiar y la cohesión social. Cuando, excepcionalmente, surge  una tensión, se atrapa sin brutalidad a los protagonistas y se les inmoviliza en el suelo. A continuación, una mujer es la encargada de hacerle cosquillas en la barriga. Todo termina en una carcajada general. Si alguien se enfada, es él quien se aparta hasta que se le pasa.

Si talan un árbol o capturan un pecarí, los zo´é se disculpan realizando rituales de reconciliación. Sólo matan para comer y viven en total complicidad con animales que han escapado de sus flechas y son sus protegidos para siempre.

La palabra gracias no existe en la lengua zo´é, porque aquí el reparto es espontáneo. La codicia no se lleva, ni los celos. No es necesario pedir: se obtiene, la solidaridad es una segunda naturaleza. No se carece de nada, porque hay de todo, gratuitamente, al alcance de la mano. Existir un raro y preciado equilibrio entre necesidad y satisfacción.

A los diez años, ya dominan el uso del arco. Practican la caza y la pesca desde la edad de piedra. Sólo en los últimos siglos han comenzado a cultivar. El arco lo usan tanto para cazar como para pescar: empapan las puntas de las flechas con la savia venenosa de una planta y con ella capturan a sus víctimas que caen drogadas.

Los zo´é tienen la belleza de aquellos que viven sin angustia. Hablan, se tocan, vigilan a los niños y ayudan a los ancianos sin esfuerzo. Hay tareas que realizar, pero no trabajos u obligaciones. Unos cazan o pescan, otros cocinan, hacen cestería, tejen, mantienen el hogar, mientras otros se lavan o afilan flechas. Pero también juegan, cantan, bailan, observan, se adornan, aprenden, enseñan y, a menudo, no hacen nada, sin por ello aburrirse. La mente divaga y sus rostros están risueños. Saben vivir el presente, el tiempo al igual que el Amazonas, se estira hasta el infinito.

La geografía ha conformado la Historia, y hoy la Historia destruye la geografía: “El bosque precede a los hombres y el desierto los sigue” observaba Chateaubriand. Perú ha abierto la Amazonia a la explotación petrolera y Brasil a la construcción de las presas que inundarán los territorios de los indios. Todo, para ofrecer más lujo a una minoría. 

La Amazonia es nuestro centro de gravedad. Todos somos amazónicos.

Fuente:
Revista XL Semanal (10 de febrero de 2008)

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