Si quieres cambiar su manera de aprender, cambia tu forma de evaluar

Post_14_Test_(student_assessment)_2En un congreso sobre evaluación en educación en línea realizado recientemente en Escocia, los participantes han puesto de manifiesto la visión actual acerca de la evaluación: los estudiantes se concentran en aprobar el examen y no en su proceso de aprendizaje (cosa lógica, por otro lado) y, tal como expresa la profesora de la University of Salford, Helen Keegan, “es triste pero cierto que los estudiantes no están preparados para otro modelo de enseñanza que no sea el conductista”. Pero aunque se cambiara el modelo de enseñanza –de hecho, esto se hecho en muchas ocasiones-, si no cambiamos el modelo de evaluación, el comportamiento de los estudiantes seguirá respondiendo al mismo patrón. Y nos seguiremos quejando de que algo no funciona…
Albert Sangrà en ElPaís.com


Si queremos que nuestros estudiantes aprendan más y mejor, de manera distinta, cabe proponerles modelos de evaluación diferentes, que les exijan plantear evidencias de que alcanzan las capacidades y los conocimientos que les permitirán crecer en las disciplinas que hayan escogido. Los distintos modelos de evaluación suelen propiciar evidencias de la adquisición de aprendizajes de distinta tipología, con lo que las pruebas objetivas nos van a dar una información parcial de los aprendizajes que el estudiante ha adquirido, como los ensayos nos darán otra información, a su vez también parcial.

Para ello es importante tender hacia lo que se llaman los modelos de evaluación alternativa. Se trata de procedimientos evaluativos que difieren de los tradicionales y que hacen acopio de evidencias de cómo los estudiantes progresan en un ámbito determinado dentro del propio contexto (el aula, el entorno virtual), y con técnicas que se adaptan a distintas situaciones, personas o grupos. La tendencia va de la evaluación igual para todos, descontextualizada, de una única fuente, aislada, con la responsabilidad centrada en el docente, hacia a una evaluación más auténtica, contextualizada y con significado, de múltiples fuentes, integrada, y centrada en el estudiante.

Este discurso, sin embargo, topa con fuertes reticencias por una parte importante del profesorado. Algunos, que no todos, arguyen los sistemas tradicionales son los que gozan de más credibilidad y se defienden mejor ante el fraude y la copia. La realidad los contradice un tanto.

Un estudio llevado a cabo por los profesores McCabe, Butterfield y Treviño, de la Rutgers University, Washington State University y Penn State University respectivamente, analiza el comportamiento de los estudiantes respecto a los exámenes y sus prácticas de copia en los mismos. Estos profesores llegan a conclusiones muy interesantes, que si bien para algunos de nosotros son de lo más evidente, es bueno que provengan de docentes de áreas de conocimiento ajenas a la pedagogía, pues pueden así disponer de más predicamento.

En primer lugar ponen de manifiesto que, según establecen las evidencias, en una clase presencial de 20 estudiantes, entre 13 y 15 han copiado al menos una vez en los exámenes durante el curso. Eso cuestiona la tan manida opinión de que el punto débil de la educación en línea es la evaluación, pues queda claramente reflejado que la evaluación presencial no evita ni la picaresca ni la práctica abusiva de la copia en los exámenes. En realidad, la cuestión verdadera no es si las pruebas son presenciales o son en línea, sino cómo se diseñan las pruebas que van a servir para evaluar.

Efectivamente, cualquier somero análisis que se realice en los actuales modelos docentes universitarios pondrá de manifiesto que, a pesar de los esfuerzos de una buena parte de profesorado convencido y comprometido, los métodos que se suelen aplicar para evaluar el aprendizaje de los estudiantes continúan estado presididos, con gran margen de ventaja, por los tradicionales exámenes, o las llamadas pruebas objetivas que intentan demostrar una radiante modernidad simplemente porque hacen uso de las tecnologías para perpetuar lo mismo que se hacía antes sin ellas. De hecho, ya hace algunos años que se está trabajando para hacer evolucionar los modelos evaluativos, pero estamos lejos de alcanzar los resultados deseados.
Por otro lado, con la voluntad de ser ecuánime, también es cierto que hay investigaciones que demuestran que la repetición de pruebas evaluadoras ayuda al estudiante a aprender. Esto serviría de justificación a los que mantienen que la evaluación de los aprendizajes es algo fácil de cuantificar y estandarizar, pero caber destacar que este tipo de pruebas limitan su utilidad a aprendizajes de carácter memorístico o conductista: ese es el análisis que suele faltar a aquellos que no tienen un bagaje pedagógico cuando lo ejecutan.


Como ante cualquier problema complejo, no hay una solución única. Sin embargo, una evaluación continua –que ayude al estudiante a aprender cada vez que se pone a prueba-, auténtica –aplicada al contexto de aprendizaje-, y diversificada –con múltiples tipologías de pruebas a desarrollar, que incluyan la autoevaluación por parte del propio estudiante; la evaluación por pares, generada por los propios compañeros y la evaluación del profesorado-, nos pondría en una situación mucho más propicia: dando más juego a la creatividad de nuestros estudiantes y disponiendo los profesores de más evidencias para tomar decisiones, que es lo que al fin y al cabo es la evaluación.

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