¡¡¿Otra vez con el cuento de la participación?!!

A menudo nos encontramos, en las instituciones políticas y las organizaciones sociales, con personas que afirman que “en realidad, la gente no quiere participar”, o que “la participación es muy bonita, pero es lenta y no sirve”, y hacen todo lo posible -o dejan de hacer lo necesario- para que se confirmen esas afirmaciones.

Colectivo de Educación para la Participación, CRAC



Por ejemplo, no comparten la información necesaria, o no tienen en cuenta las circunstancias particulares de cada persona implicada, o no dedican tiempo a motivar o facilitar la participación, o encuentran otras prioridades para eludirla, o siempre hay una urgencia en los plazos, etc., etc.  Y, claro: la participación -efectivamente- no funciona.
Otro ejemplo muy común es el de aquellas personas que -especialmente en las organizaciones sociales y políticas-  se quejan sistemáticamente de que “siempre deciden las mismas personas” y “la participación es acaparada por unas pocas”, pero no hacen nada por aprovechar o cambiar los mecanismos de participación existentes, se conforman con quejarse o se desaniman y se van a casa. Y, claro: la participación -finalmente- es monopolizada siempre por las mismas personas.
Son solo dos ejemplos de “profecías autocumplidas” sobre la participación que, con la colaboración de muchas personas, siempre acaban siendo ciertas y alimentan el extendido tópico de que la participación “es un cuento”.
Y, aunque no creamos que sea un cuento, la verdad es que, se mire por donde se mire, la participación ciudadana es un latazo, un peñazo… un marronazo, vamos.
Si, porque el ejercicio de la participación, tanto en las instituciones públicas (lo que llamamos participación social o ciudadana) como en las organizaciones sociales no es coser y cantar: requiere esfuerzo, dedicación, tiempo, constancia, recursos, cambio en los valores y actitudes de las personas, aprendizajes y desaprendizajes… por lo que resulta mucho más cómodo y más rápido no complicarse la vida y que participen siempre las mismas (cuatro) personas, delegar responsabilidades, hacer las cosas como se han hecho siempre (de forma vertical y autoritaria, “ordeno y mando”), en definitiva… que nada cambie.
Detrás de esas profecías sobre la “No-Participación”, se esconden resistencias profundas a los cambios, mentalidades autoritarias, inercias, rutinas y zonas de confort muy mullidas.
Por eso, porque la participación social y ciudadana no se produce de forma espontánea y exige cambios profundos y esfuerzos importantes, para practicarla han de darse algunas condiciones necesarias:
  • La primera es “creérsela”, o sea, tener la convicción profunda de que la participación es positiva, conveniente, necesaria, que mejora la calidad y la eficacia de los procesos sociales y organizativos (inteligencia colectiva), aunque pueda parecer más lenta. La participación es ideología, es democracia, reparto del saber y del poder, es empoderamiento de las personas es protagonismo de la gente. Si no se cree en ella (o solo un poquito), no se practica.
  • La segunda es “aprenderla”, o sea, apropiarse (hacer propios, interiorizar) de los conocimientos, los valores, las actitudes y las aptitudes, las habilidades y competencias necesarias para poder participar (para poder pensar, decir y hacer por uno/a mismo/a) y hacerlo con otras personas (saber escuchar, dialogar, negociar, cooperar, trabajar en equipo…). Porque, lo miremos por donde lo miremos: NO SABEMOS PARTICIPAR (incluidas las personas dirigentes y las responsables político-institucionales de “gestionar” la participación). Y no basta con que una persona sepa, sino que el aprendizaje debe incluir a todas las personas que pretendemos implicar. Y eso, por cierto, no se resuelve con un cursito (ni con dos).
  • La tercera es “posibilitarla”, o sea, hacerla posible, poner los medios y mecanismos necesarios, crear las ocasiones y las oportunidades para que se pueda ejercer -con facilidad- la participación, para que no sea una carrera de obstáculos. Y eso implica dedicarle tiempo, esfuerzo y recursos (cada persona y las organizaciones o instituciones). No hay participación sin dedicación. La participación -repetimos- no se produce de forma espontánea, sobre todo si se pretende que sea organizada.
El discurso de la participación es muy socorrido (y mucho más en los tiempos que corren), las palabras no se quejan cuando usamos y abusamos de ellas. Pero la práctica es otra cosa. La participación social no se produce por nombrarla.
Con todo, aunque se cumplan esas condiciones necesarias, nada asegura el éxito de los procesos participativos, porque hablamos de procesos grupales y sociales muy complejos, en los que intervienen múltiples variables y factores. Pero es que nadie dijo que fuera fácil, y mucho menos si no se ponen los medios necesarios. Y menos aún si se dice una cosa (participación) y se hace otra (autoritarismo).
Las personas que no quieren que nada cambie (y haberlas haylas de todos los colores políticos), quienes prefieren que la toma de decisiones siga en manos de unas pocas personas (ellas mismas, por ejemplo),  repiten como una coletilla  los inconvenientes de la participación, para justificar -en nombre de la eficacia- sus propias resistencias.
Del mismo modo, quienes no quieren molestarse y prefieren que sean otras personas quienes lo hagan, quienes delegan su responsabilidad pero quieren quedar bien, repiten la queja constante para justificar -en nombre del autoritarismo ajeno- sus propias comodidades.
Y, sin embargo, también es cierto que en esas mismas  instituciones y organizaciones sociales, existen (¡afortunadamente!) otras personas que se comprometen a generar las condiciones adecuadas para el desarrollo de la participación, a fortalecer su convicción, a aprender siempre, a dedicarle su esfuerzo, con constancia y paciencia.
En estos espacios, se está librando -en estos precisos momentos especialmente- un pulso cotidiano invisible que trasciende la adscripción partidista o ideológica y en el que nos estamos jugando gran parte de las posibilidades de cambio. Porque el cambio pasa por la participación, o no será cambio.

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