Creatividad: el gran timo cultural del siglo XXI

El Confidencial. ¿Conclusión? Distinguir entre gente “creativa” y “no creativa” puede ocultar más de lo que muestra. Sobre todo la precariedad que asola al sector. En realidad, muy pocos artistas y promotores viven de su trabajo. Hoy ganan las marcas y algunos mediadores, mientras que ha desaparecido la clase media de los músicos, escritores y otras profesiones del sector, esos que no ganan millones, pero solían tener para vivir. 
Todos hablan de creatividad, pocos de desigualdad. 


Uno de los mejores artículos culturales publicados este año se titula 'Hay una madre en Barcelona que no tiene un hijo artista'. Lo escribió Álvaro Colomer y explica la presentación del proyecto TheCreativeNet en la antigua fábrica de cerveza Damm en Barcelona. La impulsora y maestra de ceremonias era Bibiana Ballbé, periodista especializada en cultura chic, hipster y cool. El objetivo es trazar un “mapa de la creatividad” en la ciudad condal, una especie de directorio de emprendedores por debajo de cuarenta años, que a su vez también pueden apostar por sus artistas emergentes preferidos. ¿Suena chulo, verdad? Veamos que hay debajo del proyecto. 

No llegar a fin de mes

Durante la presentación, la periodista “se mostró eufórica ante un público plagado de rostros lampiños, gorras de béisbol y vaqueros rasgados a la altura de la rodilla”. Solo se recogió un reproche a la iniciativa, por parte del grupo de rock Seward, que a pesar de haber sido seleccionados veían las costuras al invento: “Al final esto es una cadena de favores que no refleja lo que ocurre realmente en la cultura. La gente que monta estas cosas llega a fin de mes hablando de nosotros, pero nosotros no llegamos a fin de mes hablando de nosotros mismos”, denunciaba un miembro del grupo.

¿Conclusión? Distinguir entre gente “creativa” y “no creativa” puede ocultar más de lo que muestra. Sobre todo la precariedad que asola al sector cultural desde el batacazo económico de 2008. En realidad, muy pocos artistas y promotores viven de su trabajo. Hoy ganan las marcas y algunos mediadores, mientras que ha desaparecido la clase media de los músicos, escritores y otras profesiones del sector, esos que no ganan millones, pero solían tener para vivir. Todos hablan de creatividad, pocos de desigualdad. 



Creatividad como sucedáneo de la política

El libro perfecto para entender el proceso es 'Paradojas de lo cool' (La Vorágine, 2016), escrito por Alberto Santamaría, doctor en Filosofía por la universidad de Salamanca. Se trata de un texto breve, claro y brillante, que explica cómo la cultura sirve para recubrir la lógica capitalismo con una capa de azúcar. Cortamos y pegamos un fragmento: 

¿Es casual que en plena crisis económica importantes instituciones pongan sobre la mesa programas para fomentar la creatividad? ¿Alguien puede creerse que esta relación entre creatividad, crisis y neoliberalismo es neutral y bondadosa? 

¿Por qué sonreímos amablemente cuando alguien pronuncia la palabra creatividad? ¿Por qué no pensar que podría ser una palabra incómoda políticamente?”. 

'Paradojas de lo cool', de Alberto Santamaría
Santamaría pone el ejemplo de la Fundación Botín, que en uno de sus informes señala “la falta de creatividad” como el principal problema social. No la desigualdad, ni los recortes, ni el cuarenta y cinco por ciento de paro juvenil, sino la falta de creatividad. En el fondo, al estilo del ideario thatcherista, late de la idea de que la gente pobre o precaria está en esa situación por no ser suficientemente creativos. “La creatividad, tal y como la entienden las grandes instituciones y el gobierno, simplemente es una forma de construir modelos ajenos a la política. ¿No sería necesario acabar de una vez por todas con esta creatividad? ¿No sería misión del artista llevar a cabo esa destrucción?”, se pregunta el filósofo. 


Presupuesto secreto

Otro iniciativa emblemática es The Creator’s Project, fundada por Vice, el grupo mediático de estética rompedora, donde han invertido grandes corporaciones como Walt Disney, A&E, Hearst Company y Rupert Murdoch, magnate televisivo conocido por su afinidad a Reagan y Thatcher. The Creator’s Project, financiado por el gigante informático Intel, se lanzó en 2010 con fiestas en Nueva York, Londres, Sao Paulo, Seúl y Pekín. Se trata de una serie de eventos y una web donde se recogen proyectos innovadores y se anima a colaborar a artistas y expertos en tecnología. El presupuesto del proyecto es “secreto”, según la web Zdnet, no se vayan a enterar los artistas del dinero que realmente se mueve.

El objetivo es conseguir retorno para la marca, crear contenido que nos acerque a los consumidores, especialmente en plataformas como Facebook, Youtube o nuestra propia revista digital, “IQ”. Queremos crear mayor afinidad entre el público y la marca”, comentaba hace dos años Rebecca Brown, directora de comunicación de Intel, en una entrevista con la web Fast To Create. ¿Moraleja? Invertir en experiencias artísticas proporciona una aura de autenticidad superior a la que dan las vallas publicitarias y los espots televisivos. La pasada primavera, The Creator’s Project anunció una colaboración con Toyota.

¿Qué tiene de malo que las grandes marcas financien a creadores emergentes? Como en el caso de los antiguos mecenas, se establecen unos límites invisibles. El arte solía romper tabúes, cuestionar a los poderosos y expandir la percepción de la realidad, pero ahora parece centrado en hacer más atractivo el consumismo. Lo dijo mejor que nadie el ensayista Thomas Frank: “las élites adoran las revoluciones que se limitan a cambios estéticos”. ¿Es hora de empezar a desconfiar de quien nos vende creatividad?

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