¿Por qué Hannah Arendt?

IDITH ZERTAL - Culturas. La Vanguardia. Hay muchas formas de leer la historia del siglo XX, pero no hay ninguna de hacerlo sin leer a Hannah Arendt. En este sentido, cabe aplicar a Arendt la frase de Heinrich Heine a propósito de Spinoza según la cual toda la obra posterior de la filosofía se había hecho a través de las lentes que él había pulido. En realidad, Hannah Arendt proporciona las lentes y los conceptos necesarios para examinar y comprender un siglo que ha combinado el progreso y la grandeza de la humanidad con todas sus atrocidades y la negación total y absoluta del hombre mismo, de su humanidad y su vida. Como muchos de su generación, Arendt padeció en carne propia los grandes traumas del siglo: las dos guerras mundiales, el Holocausto, los regímenes totalitarios, las revoluciones fallidas, la guerra fría, el poscolonialismo. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus colegas, su pensamiento se vio profundamente afectado y moldeado por esos acontecimientos y se puede decir que llena el vacío creado por los miles de páginas de teoría política escritas en el siglo XX sobre justicia y ética sin mención alguna a Auschwitz y como si los complejos acontecimientos que lo precedieron y condujeron a él no hubieran ocurrido nunca.


Hannah Arendt, nacida en 1906 en el seno de una familia judía alemana asimilada, recibió una formación filosófica en la mejor tradición de la filosofía germana posterior a la Primera Guerra Mundial, en sus selectas instituciones y con los maestros más brillantes. Sin embargo, decidió no convertirse en una filósofa profesional en el sentido de crear un pensamiento contemplativo desconectado de los acontecimientos históricos y de la vida diaria y los actos de las personas. En consecuencia, no creía en la figura mítica del filósofo o el pensador profesional que se aísla del mundo. Activó y lanzó su pensamiento en la historia y a gran profundidad en su vida personal sin dejar de mantener una interacción constante entre ella y los otros, entre su pensamiento y el de otros. Además, el tema de la vida misma, de la vida tal como se experimenta todos los días y también como concepto filosófico, dirigió su pensamiento, de tal forma que esa cuestión adquirió forma y cristalizó a lo largo de su obra y se convirtió en el criterio principal y obligatorio de su análisis y juicio de las estructuras políticas.

En su opinión, el rasgo más espantoso y la principal innovación de los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo XX fue su absoluto nihilismo, el modo en que convertían en superfluas unas vidas humanas únicas e irremplazables, en que las marcaban para la aniquilación, sin tan siquiera una consideración utilitaria ni un propósito lógico. La Primera Guerra Mundial, escribió Arendt, creó un número sin precedentes de minorías desprovistas de derechos e innumerables refugiados apátridas cuya suerte ponía en cuestión el concepto moderno de derechos humanos y a quienes convirtió en precursores de las personas designadas más tarde como redundantes y destinadas al exterminio sistemático. "La paradoja implicada en la pérdida de los derechos humanos", escribió, "es que semejante pérdida coincide con el instante en que una persona se convierte en un ser humano en general -sin una profesión, sin una nacionalidad, sin una opinión, sin un hecho por el que identificarse y especificarse- y diferente en general, representando exclusivamente su propia individualidad absolutamente única, que, privada de expresión dentro de un mundo común y de acción sobre éste, pierde todo su significado" (Los orígenes del totalitarismo).

No son las catástrofes del exterior ni los bárbaros ad portas los que ponen en peligro la civilización, añadió, sino las barbaries del interior, creadas por la propia civilización.

Al no ser de derechas ni de izquierdas, Arendt no se vio a sí misma como perteneciente a ningún movimiento o partido político específico; tampoco se identificó con una corriente ideológica o una gran causa particular. De todos modos, a pesar de ser una intelectual libre, también fue una intelectual profundamente comprometida en el sentido de que dedicó toda su labor filosófica a temas de urgencia, a las cuestiones de la guerra y la paz, la libertad, la justicia y los derechos humanos; y formó parte de la amplia cultura de debate y polémica de su tiempo. Hizo ambas cosas como profesora en las principales universidades de EE.UU., país que le concedió la ciudadanía en 1951, como escritora para diversos periódicos y revistas, y también como solicitada conferenciante dentro y fuera del mundo académico. La escritora estadounidense Mary McCarthy dijo junto a la tumba de Arendt en diciembre de 1975 que "el pensamiento era, para ella, una especie de tarea de gestión y administración, una humanización de la jungla de la experiencia construyendo casas, recorriendo sendas y caminos, embalsando ríos, plantando cortavientos. La tarea que recayó sobre ella, en tanto que intelecto excepcionalmente dotado y representante de las generaciones entre las que había vivido, fue la de aplicar el pensamiento de modo sistemático a todas y cada una de las experiencias características de su época".

Todas sus obras históricas y filosóficas, empezando por sus ensayos sobre el judaísmo, el sionismo y la tradición oculta judía escritos en la década de 1930 y 1940, pasando por sus libros Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958) y Sobre la revolución (1963), y claro está su libro sobre el juicio de Eichmann, Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, fueron obras tan únicas, innovadoras y tan avanzadas a su tiempo –y en no menor medida tan subversivas y perturbadoras– que, al tiempo que proponían perspectivas y visiones nuevas y suscitaban seguidores y admiradores, también generaron enorme controversia y alboroto. Hannah Arendt fue una "teórica de los principios", como dijo Margaret Canovan; sin embargo, fue también una mujer de los nuevos génesis, de la renovación constante, a quien no asustaba empezar cada día de nuevo, vivir, pensar, actuar, amar, crear el mundoy a sí misma a su modo, interpretarlo, comprenderlo, dotarlo de significado y constituirse e interpretarse a sí misma en él. Cada uno de sus libros constituyó un logro pionero en pensamiento y estilo que modificó su entorno y su tiempo. Por medio del pensamiento, dijo Arendt, buscamos el significado de las cosas con el fin de hacer el mundo menos ajeno; con el fin de domesticar el mundo y encontrar un lugar en él. En una conferencia que dictó en 1965 en la Universidad New School de Nueva York, afirmó: "Pensar y recordar... es la forma humana de echar raíces, de hacernos un lugar en este mundo al que todos llegamos como extranjeros". Y el acto de pensar era para ella infinito, un proceso interminable en que cada nuevo día socava el orden que nosotros mismos hemos creado con nuestro pensamiento.

Quizá por ser ella misma una refugiada, arrancada de su tierra y su lengua natal, alguien que vivió casi veinte años sin ciudadanía ni derechos humanos naturales básicos, que experimentó personalmente el nazismo, la detención y el interrogatorio de la Gestapo, un campo de concentración en Francia, que durante muchos años vivió al borde del abismo o entre lo protegido y lo amenazador, Arendt fue capaz de crear las nuevas herramientas necesarias para descifrar las atrocidades del siglo XX. Los fenómenos completamente nuevos de una matanza sistemática de seres humanos -primero por medios legales y sociales, luego destruyendo su personalidad y humanidad y por último con su exterminio industrial en las fábricas de cadáveres creadas por los regímenes totalitarios- requerían sin duda nuevas herramientas perceptivas y cognitivas, así como la creación de un lenguaje hasta entonces desconocido. Ya lo había hecho en su radical y ambicioso libro Los orígenes del totalitarismo. La audacia que tuvo que tener una judía de origen alemán para publicar en los EE.UU. de los inicios del macartismo -en una lengua que no era su lengua materna- un libro tan innovador y atrevido supera lo concebible. Así lanzaba ella sus libros a lo desconocido, como dando un salto en la oscuridad, con plena y al tiempo humilde confianza en sus capacidades intelectuales, en las vidas autónomas que las criaturas de su pensamiento adquirirían en el mundo. "Cada vez que escribes algo y lo lanzas al mundo, cualquiera es libre de hacer con eso lo que le plazca. De ti depende a partir de ese momento intentar aprender de lo que hacen los demás con lo que has escrito", dijo.

Sus críticos afirmaron que no era, en esencia, una teórica. Sin embargo, ella permaneció conscientemente alejada de las grandes teorías globales capaces de explicarlo todo sin contacto con los fenómenos. Por medio del acto de pensar, que aplicó a todo, a los asuntos del mundo y a las cuestiones del corazón, Arendt tendió un puente entre la experiencia de la vida y la contemplación y la teorización sobre ella. La esencia de este tipo de pensamiento fue su capacidad para dar una imagen en alta resolución del mundo, despojarlo de sus tópicos y supersticiones, mondarlo de su sentimentalismo, del estéril envoltorio de la teoría. De modo concomitante, también rechazó atribuir un significado histórico mundial a cualquier movimiento o causa, y aborreció las grandes ideologías mesiánicas que prometían la redención total pero traían una atroz destrucción. Arendt ofreció una teoría política sin consuelo, sin redención y sin las garantías que afirmaban aportar las ideologías modernas, de derechas o izquierdas. Su filosofía política no presentó fórmulas para la acción respaldas por argumentos teóricos. Ni intentó d iseñar una nueva Atenas, como pensaron muchos de sus lectores. Sin embargo, y a pesar de su desaprobación de los principales agentes de la política moderna –partidos políticos y Estados-nación llenos de burocracia–, nunca renunció a la política como práctica para cambiar los asuntos públicos y el poder, e influir sobre ellos.

Estuvo junto a las formas más espontáneas y anarquistas de acción y organización política, se mostró fascinada por la democracia participativa y observó con entusiasmo los estallidos de actividad ciudadana ocurrieran donde ocurrieran, ya fuera la Comuna de París en 1871, las revoluciones rusas de 1905 y 1907, el intento alemán de revolución socialdemócrata en 1918-1919 o acontecimientos como la efímera revolución húngara de 1956, las marchas por los derechos humanos, las manifestaciones contra la guerra de Vietnam y las revueltas estudiantiles de los 60. En sus escritos afirmó una y otra vez que la acción, la elección, y la revuelta civil y personal son siempre posibles, aun en las circunstancias menos esperadas y más imposibles. No obstante, rechazó considerarse a sí misma como una gurú de la filosofía o la política, una suministradora de fórmulas para la acción y no cayó en la tentación de crear una escuela de pensamiento ni un grupo de seguidores. Cada persona era para ella un nuevo principio, un nuevo pensamiento, un nuevo mundo.

Ésa fue también la fuente de su optimismo y de su excepcional vitalidad, personal e intelectual. El principal argumento que esgrimió contra los filósofos políticos desde Platón hasta su propia época era que hacían caso omiso de la pluralidad como condición primordial de la acción humana y de toda vida política, del hecho de que la política se lleva a cabo entre muchas y diferentes personas. Los hombres - no el hombre en singular ni ninguna idea abstracta y platónica del hombre- habitan este mundo, y por ello se ven afectados por sus propias acciones y las de todos los demás seres humanos. El papel de la política, según creía, consiste en crear una esfera común en la que unos seres humanos diferentes, con visiones y voluntades diferentes - y a menudo opuestas-, puedan actuar y hablar de modo confiado y libre como participantes en igualdad de condiciones. A pesar de las atrocidades sin precedentes de la época que le tocó vivir, su fe en el mundo y los asuntos humanos procedía del hecho de que cada día se unen al mundo nuevas personas y cada una es singular, única en su clase; y cada una, con las nuevas ideas e iniciativas que aporta, posee el poder de cambiar el orden de las cosas, desviar el curso de la historia organizada por las acciones de sus antecesores. Los resultados de esta red de interacciones infinitas entre seres humanos diferentes y plurales, afirmó Arendt, son inesperadas, del mismo modo que son inagotables, y contienen una promesa de cambio y renovación, incluso en los peores tiempos de oscuridad,esos tiempos en los que uno piensa que ya no cabe ninguna esperanza.

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