Así es como los niños pueden ocupar y autogestionar un solar



¿Es posible un solar abierto y gestionado por los niños y niñas del barrio? Donde padres y madres, arquitectos, artistas y técnicos den un paso atrás.
NATALIA QUIROGA | Yorokubo

A finales de 2015, un grupo de niños y niñas —madres y padres— del barrio madrileño de La Latina anunciaban en un cartel a sus vecinos la apertura del solar en el número 3 de la calle Almendro, un espacio que llevaba más de dos décadas de absoluto desuso.



«Somos los peques del barrio y tenemos un secreto. ¡Hemos conquistado un descampado en el barrio para poder jugar! Nos ha resultado muy difícil pero al fin lo hemos encontrado. ¡No había ninguno cerca! Estamos muy contentos, pero todavía no lo sabe mucha gente, sshhhh… por eso os queremos escribir esta carta…», rezaba el cartel.

Ellos, los niños, serían además los encargados de pensar y diseñar el espacio.

«Mientras los adultos nos dedicábamos a hablar y debatir sobre el espacio, los niños se apropiaban de él. Comenzaban a jugar, a investigar, a crear lugares secretos. A descubrir. Al observarles nos dimos cuenta de que sin nosotros, sin planificación, ellos mismos estaban transformando el lugar al sentirse parte de él». Lo cuenta Rubén Lorenzo, de Basurama, conocido colectivo madrileño dedicado a la investigación, creación y producción cultural que junto a Zuloark, un estudio de arquitectos, diseñadores, constructores y pensadores del urbanismo social, fueron convocados en noviembre de 2015 por el Ayuntamiento de Madrid para abrir el solar de la calle Almendro a través de un proceso participativo con los vecinos y los niños del barrio.

El espacio, propiedad municipal, llevaba más de 20 años cerrado en una zona, el centro de Madrid, en la que escasean los espacios de juego abiertos y seguros para la infancia.

Ambos colectivos, junto con otros actores habituales en el urbanismo ciudadano, convocaron a padres y madres del barrio a través de las AMPAS de tres colegios de la zona centro, San Ildefonso, Vázquez de Mella y La Paloma. Una vez juntos, el espacio comenzó a gestarse en la imaginación de todos. Pegaron un cartel en la puerta. Su pequeño manifiesto intergeneracional:

Hemos crecido en solares,

en lugares tomados por el barrio

fuimos conquistando pequeños territorios

en cada uno de ellos plantamos montañas, tesoros, palabras

y todos: madres, padres, vecinos, amigos, colegios, amantes

todos, jugamos a repensar cómo hacer una ciudad.

Así, de flor en jardín o de piedra en muro, pero juntos

fuimos con la bandera pirata a los espacios y nos quedamos.

Cuando seamos mayores, los niños de Almendro 3

seguiremos jugando a las ciudades

porque lo que pisamos es nuestro, también tuyo.





Para tratar de plasmar la forma que el espacio iba tomando en la imaginación de los niños y los padres, se establecieron distintas dinámicas. «En una de las primeras invitamos a todos a jugar, padres y niños. Al principio los padres se mostraban un poco extrañados, pero fue lo mejor para que las ideas empezase a fluir», explica Rubén. «No se puede pedir a los niños, especialmente cuando son más pequeños, que se limiten a expresar sus ideas a través de palabras. Lo hicimos, pero siempre funcionaban mejor los dibujos».

En un espacio donde una montaña es una cueva, dos piedras sobre otras piedras son restos egipcios, un manojo de ramas son una cabaña, «¿por qué vamos a construir columpios si los niños se entretienen con los elementos con los que ya cuenta el lugar?», se pregunta Rubén. «Construimos un andamio para pintar la pared y cuando terminamos los niños siguieron utilizándolo; el andamio se quedó y ahora forma parte del espacio».

Una línea de adoquines informa a los visitantes que bajo los 740 metros cuadrados del solar se encuentra enterrado un tramo de la antigua muralla cristiana de Madrid construida entre los siglos XI y XII, cuando la villa pasó a la Corona de Castilla, y que ha sido absolutamente respetada por las obras de acondicionamiento.

En su interior ya cuenta con una fuente, arenero y bancos creados en los taludes que acogen las plantas que los propios niños se trajeron del vivero municipal: eligieron palmeras, arizónicas, aligustres, flores de temporada, bojs y plantas aromáticas. El muro que servía para cerrar el solar ha sido sustituido por unas vallas de metal —reutilizadas del antiguo Mercado de Barceló— a través de las cuales se puede ver lo que ocurre en el espacio y que a su vez atrae la atención del viandante.



«El Almendro es, entre muchas otras cosas, una forma de visibilizar a la infancia, de mostrar a todo el mundo que los niños están aquí, que tienen su espacio y que este barrio no es solo un territorio para los bares», explica Cristina Peregrina, una de las madres que participa en el proceso.

«Los dueños de un restaurante cercano se acercaron para darnos las gracias por la iniciativa; les encantaba ver más niños por el barrio y nos ofrecieron los baños para que los niños o los padres los usemos cuando queramos. Está claro que necesitamos más Almendros, más espacios en los que la ciudad realmente sea un lugar que incluya a los niños», añade.

Durante el primer año, el solar se abría solo los martes, el mismo día en que se celebraba la asamblea en la que se iban decidiendo las cuestiones fundamentales sobre el espacio. Ahora Almendro 3 está abierto todos los días y cada vez llegan más niños que encuentran aquí un espacio diferente, mucho más “salvaje” y en el que se sienten más protagonistas.

«Nos sorprendió mucho que para nuestra hija de 2 años este se convirtió en seguida su lugar favorito. Piensas que, tan pequeña, en realidad cualquier cosa le entretiene: un poco de arena, unos columpios…Pero la verdad es que cuando empezó a venir aquí se le cambiaba la cara, probablemente por el enorme espacio de libertad, de amplitud y de posibilidades con el que se encontraba», cuenta Javier Laporta sobre su hija Rita.

Un espacio abierto a la imaginación

Junto a un séquito de pequeños arqueólogos, Vittoria, madre de Adriano y Mauro, se dedica a buscar la cerradura secreta que coincida con la llave que acaban de encontrar. Uno a uno los niños opinan dónde deben seguir buscando. «Acabo de ver los ojos de una serpiente detrás de la llave», explica una niña. «¿Crees que estaba cuidando un tesoro?», le pregunto. «Yo creo que no, solo estaba ahí por casualidad», me responde la niña. Otra niña opina todo lo contrario. «Estaba defendiendo su tesoro y no quiere que se lo quitemos», explica.

«Espacios como el de Almendro 3 son importantes porque hay que recuperar la ciudad y sus escondites para sus ciudadanos, para que los niños puedan tener un espacio flexible, lleno de posibilidades, mágico…y no solo miniparques con columpios y toboganes de plástico, sino que puedan ir cocreando un espacio a su medida donde puedan jugar al aire libre como les sugiera su imaginación», comenta Vittoria.



La tendencia de los parques de juegos no dirigidos y más abiertos a mezclarse con las piezas naturales del entorno está muy presente en otros países de Europa y más recientemente también en Estados Unidos. En el mismo centro de Nueva York arrancaba el verano pasado Play:groundNYC un enorme descampado reconvertido en parque y promovido por un grupo de personas concienciadas con la idea de que los niños necesitan un espacio en el que explorar sin que nadie les mantenga alerta constantemente con el grito “¡ten cuidado!”.

Pesa con más fuerza también la puesta en valor de que sean los propios niños los que aprendan a diseñar el espacio que habitan, los lugares que ocupan, especialmente cuanto tiene que ver con algo tan importante para ellos como es el juego. También en Madrid, Medialab-Prado acoge el grupo de trabajo A pequeña escala, creado para compartir experiencias sobre el diseño para, por y según niñas y niños en diferentes ámbitos; y en diferentes ciudades de España existen multitud de colectivos —fundamentalmente de arquitectura— trabajando en la participación de los niños en el diseño de sus propios espacios de juego como Arquitectives, Arqui kids, Chiquitectos, Cuarto Creciente o Globus Vermell, entre muchos otros.

Es martes, finales de mayo, y todavía no está claro si lloverá o quedará el cielo claro. Dos niños cogen fruta de un tupperware abierto. «Pero, cariño, si eso no es nuestro», le dice la madre. «Bueno, le dejamos entonces unas pocas cerezas aquí para sustituir lo que te has comido”, añade. Rita vuelve a por su merienda y se encuentra las cerezas, que empieza a comer sin pensar en lo que había antes en su tupperwareabierto. No dejan de llegar niños al solar del Almendro y Pablo Iraeta, padre de otro niño, se pregunta: «¿donde estaban antes todos estos niños que ahora corren de un lado a otro, sin coches, sin miedos, sin dejar de jugar?».

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